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Amor sin género


Una familia “diversa” que se conformó en lo alto de la comuna ocho, entre dos madres solteras que descubrieron a tiempo que no tenían por qué esconder sus sentimientos.


Por miedo al qué dirán y otros avatares del destino, Erika Janeth Higuita y Ángela Posada terminaron involucrándose con hombres que, tras dejarlas en embarazo, las abandonaron. Ambas desde niñas sintieron esa inquietud por las mujeres que solo hasta adultas pudieron resolver. Y tal vez por esa inquietud fue que verse solas de un momento a otro, sin un compañero y en estado de gestación, no las alarmó. “Prefiero sola que mal acompañada”, pensó en su momento Erika, quien ya había visto a Ángela en una que otra ocasión, pero nunca le había dirigido la palabra.


“Sabía que era del barrio y la veía pasar. Me parecía bonita, pero no me atrevía a decirle nada”, cuenta la joven de 25 años, quien se encuentra validando el bachillerato en la Escuela Empresarial de Boston.


“Yo también la miraba, y no puedo negar que me ponía los pelos de punta, pero si ella era tímida, yo era el hielo puro”, expresa Ángela, quien mantuvo su orientación sexual “en el clóset” hasta los 23 años, por temor a lo que pensarían sus padres.


“En mi casa éramos varios hermanos, ocho en total, pero de las mujeres, yo era la luz para mi mamá, por eso me costaba decirle la verdad, que a mí me gustaban las mujeres, pues no quería defraudarla. Con el tiempo me di cuenta que eso no tenía por qué decepcionarla”, narra Ángela, de 27 años de edad, y quien se dedica al duro oficio de lavar carros para una empresa de transporte en el sector de Las Torres de la comuna 8.


“Quiero ser conductora de bus, y rodar por estas faldas llevando pasajeros”, dice sin ruborizarse mientras Erika se ríe a carcajadas.

Después de mucho pensarlo, y viendo que eso de ser gay o lesbiana no era un asunto ilegal ni mucho menos inmoral, decidieron hablarse.

Se vieron en un parque y rompieron el hielo. “Hola, soy Erika”, dijo la una. “Ya sé, hace rato que sé. Me llamo Ángela”, dijo la otra.


“Tú me gustas, ¿también sabías?”, arremetió Erika. “Gracias a Dios, porque yo me derrito por usted, para que sepa”, plantó Ángela.


Y así comenzó la historia entre Erika y Ángela, dos madres solteras por conveniencias sociales; dos mujeres que se aman.

Ahora conforman lo que la ley contempla o describe como “familia diversa”.


Y es que a pesar de que en un reciente informe de la ONU, de 2016, se dice que la familia debería ser entendida “en un sentido amplio” e intenta abrir la puerta al reconocimiento de las parejas compuestas por personas del mismo sexo en el derecho y la política internacional, en Colombia, la ley 1361 de 2009 sigue describiendo la familia como “el núcleo fundamental de la sociedad. Se constituye por vínculos naturales o jurídicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla”.

Es decir que mientras que en innumerables países del mundo se les reconoce el derecho a integrantes de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Travesti, Transgénero, e Intersexual (LGBTTTI) de conformar familias, en Colombia se sigue pensando bajo el canon católico romano.


Erika y Ángela están unidas en “matrimonio” notarialmente, pero quieren hacerlo por la iglesia, no por un asunto religioso, sino por un asunto de resistencia, de reclamación de derechos que tienen como ciudadanas.


“No hay una definición de familia según las normas del derecho humano internacional”, dice el informe de la ONU, mencionando la familia, los derechos humanos y el desarrollo socioeconómico, restando importancia a la interpretación jurídicamente vinculante de la familia como el “elemento natural y fundamental de la sociedad”, que figura en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en tratados internacionales que implícitamente excluyen las relaciones homosexuales del significado de ésta en el derecho y la política internacional.


La relación de Erika y Ángela no es más que la de dos seres que se aman y aman a sus hijos. En esa “familia” que han formado no hay roles. Las dos han llegado al acuerdo de que cada una se hace responsable de la autoridad de su respectivo hijo, pero ambas se hacen cargo de quererlos y protegerlos, lo cual consideran es, lo más importante.


“Nosotras no somos estudiadas. No tenemos mucha sabiduría, pero sabemos que nuestros hijos entenderán nuestra unión a través del amor. Nosotras les hablamos, les explicamos, y tratamos de que entiendan por medio de dibujos y de canciones. Yo creo que los niños tienen más sentido de la tolerancia, de la aceptación, que las personas adultas”, resalta Erika.


Aunque a Erika le gusta el reguetón y a Ángela la música romántica, todavía se mandan cartas y se dedican serenatas. A veces, mientras lava un carro, Ángela encuentra una chocolatina en una de las sillas del vehículo, o en la cabina. Y en otras ocasiones, Erika se sorprende al encontrar una tarjeta de amor en medio de las hojas de sus cuadernos de estudio. Y es que el amor no tiene sexo ni se rige por leyes absurdas y anacrónicas. El amor simplemente fluye, como en el caso de Erika y Ángela, dos personas que se aman y que, pese a todos los obstáculos, han encontrado en Medellín una ciudad que les ha permitido ser quienes son, en libertad y sin temor.


La historia de lucha lGBTI en Medellín comenzó en 1970, con la creación del primer colectivo de esta comunidad, fundado por el filósofo León Benhur Zuleta Ruiz. Hoy, en la ciudad hay 84 colectivos, grupos sociales, organizaciones y grupos de estudio que han logrado cambios reales en la reivindicación de los derechos de esta población.


La Alcaldía de Medellín hizo público el Decreto 1928 en 2011, por medio del cual se reglamentó el Acuerdo 08 del mismo año, que adopta la política pública para el reconocimiento de la diversidad sexual e identidades de género para la protección, restablecimiento, atención y la garantía de derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgeneristas e intersexuales.


También desde 2011 existe el Centro para la Diversidad Sexual y de Género de Medellín. Este centro es parte del proceso de implementación de la Política Pública LGTB de Medellín, y se ubica en pleno centro de la ciudad, en una zona emblemática y reconocida históricamente por contar con amplia confluencia esta comunidad.

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