Contar para sanar… la distancia
- Corporación Con La 9
- hace 5 días
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Una de las historias más fuertes que se relataron durante uno de los talleres de “Contar para sanar” fue la de Omaira Medrano, una madre que vio cómo sus hijos emigraron a Colombia, mientras ella se quedaba sola en un país que se desmoronaba cada día más.
Y es que la migración no solo implica fronteras físicas, sino emocionales: abre heridas invisibles, separa familias y deja silencios. La historia de Omaira es probablemente la de miles de padres y madres en Venezuela: quedarse en su tierra, muchas veces solos, mientras sus hijos emigran buscando mejores oportunidades en países como el nuestro.
Por estos días, Omaira está en Medellín. Su hija vive en Barrios de Jesús, y ella se ha unido al club de vida “Renacer con amor” donde ha hecho nuevas amigas. En pocos días deberá volver de nuevo a su casa en Venezuela: “No me quiero ir, pero tampoco me puedo quedar: allá está mi casa, mi pensión. Pero es muy dura la soledad. Yo veo que muchas personas allá mueren y nadie se da cuenta hasta que sienten el olor del cuerpo que ya se está descomponiendo. Yo le pido mucho a Dios que eso no me pase a mí” afirma con la voz quebrada y las lágrimas en los ojos.
Y es que siempre pensamos en el inmigrante. Porque es difícil dejar tu hogar y todo lo que conoces atrás para probar suerte en un país nuevo donde no sabes si el futuro va a ser mejor o peor. Pero el que se queda es el que extraña: en el comedor las sillas están vacías, los nietos no vienen los domingos y la única forma de encontrarse es por WhatsApp.
Es necesario hablar de la salud mental de quienes se quedan. La psicología ya le ha puesto nombre: “duelo migratorio”, una experiencia que sufre tanto el que se va como el que se queda. Este dolor no desaparece con el tiempo e impacta de manera negativa la salud emocional. La distancia crea una sensación de pérdida extraña: los hijos no han muerto, pero tampoco están presentes. Y esa ausencia pesa.
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