Un grupo de 130 estudiantes, entre víctimas de la violencia, excombatientes, habitantes de calle y madres adolescentes, se graduaron en básica primaria y básica secundaria, a través del Centro de Formación para la Paz y la Reconciliación -Cepar-.
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El Cepar hace parte del proyecto Reintegración Sostenible para un Territorio en Paz (Programa Paz y Reconciliación). En la foto, Blanca Nubia Arias y Leandro Arias, quienes recibieron sus diplomas en básica primaria.
Sentado, pensando por dónde empezar a contar su historia, Leandro recuerda sus orígenes y los resume en una sola frase “Yo ni me di cuenta cuando resulté en la calle”. Leandro Giraldo nació en Amagá a principios de la década de los ochenta en una familia compuesta por padre, madre y dos hermanas. Cuando tuvo 16 años, en un arrebato de rebeldía, abandonó su hogar buscando nuevas experiencias y llegó a Cali, donde terminó “trabajando por los laditos” para un grupo al margen de la ley, les hacía mandados y cuidaba fincas. Allá todavía no estaba metido en el mundo de las drogas químicas. Consumía marihuana y licor, ocasionalmente. En noviembre de 2004, un poco antes de cumplir 21 años, decidió regresar a su casa, pero lastimosamente su madre murió a los cuatro meses. “Esta situación me afectó mucho, quedé muy loco. Empecé a mover y a consumir mucha droga y me entregué al alcohol, consumía de todo. Ya no me importaba nada, ni que me mataran”, cuenta. Sin ataduras a la vida y enredado en el mundo de lo ilícito, en junio de 2006 fue detenido con una libra de bazuco y condenado a tres años de cárcel en el Municipio de Támesis. Cuando recuperó su libertad y volvió a Amagá, los grupos al margen de la ley apoderados en ese momento de la zona lo presionan para que se adhriera a alguno de los dos bandos, pero él decidido a no trabajar para ellos, se despidió de su pueblo natal y emprendió un viaje, sin fecha de regreso, para Medellín. Ya radicado en la urbe empezó a trabajar por las noches en una olla de vicio en Prado Centro, donde terminó de entregarse por completo a las drogas y al alcohol. “Paso a paso yo veía que mi vida era un infierno. Tratando de salir de ahí dejé de trabajar allá, pero era tanta mi adicción que terminé de reciclador. Me dediqué a vivir en la calle, donde me cogiera la noche ahí me echaba, no me importaba sino conseguir algo de comida, la droga y el alcohol; cuando estaba muy sucio iba a los cambalaches me compraba otra muda de ropa y seguía en las mismas. Un karma bravísimo”, recuerda Leandro, un poco apenado de sus malas decisiones. Un día, no recuerda bien, yendo a bañarse a los patios del programa para la Atención al Habitante de Calle - Centro Día, conoció a una psicóloga quién más tarde, en marzo de 2015, lo convenció de volver a la vida, como el mismo Leandro lo dice: “volver a ser gente”. Comenzó a estudiar en el Centro de Formación para la Paz y la Reconciliación (Cepar) y con todo su proceso de resocialización. “Tenía que cambiar mi forma de vivir, desaprender los malos hábitos que uno coge en la calle y vivir una vida diferente”, afirma. El acceso a la educación ha sido para Leandro la oportunidad de ocupar su tiempo, de establecer otras relaciones sociales y de ser incluido en la comunidad. Terminar el primer ciclo de su formación, la educación básica primaria, es un aliciente para continuar, para soñar con otra vida. Ahora Leandro sueña con terminar su bachillerato y conseguir un empleo fijo que le permita vivir tranquilo, con sus necesidades básicas satisfechas. “Sólo el hecho de estar pensando en venir a estudiar es un gran logro, porque antes yo solo pensaba en conseguir vicio y alcohol, ahora le pido a Dios no perder la voluntad y seguir adelante. Pa’ adelante que sí se puede”, dice Leandro.
Fuente: Boletín informativo Alcaldía de Medellín N. 583 (20 de septiembre de 2016)